Primeras vivencias juveniles de Miguel Hernández ...

domingo, 20 de junio de 2010

...contadas por su amigo Efrén Fenoll.

I – EL TALENTO POÉTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ: “EL APÓSTOL DE LA POESÍA”

Hablar con Efrén Fenoll era hablar con Orihuela y hablar con Miguel Hernández. A Efrén se le encandilaban los ojos y derrochaba imágenes con tanta rapidez, que apenas podría seguirle. Vivió en Valladolid hasta su fallecimiento y en su casa, naturalmente no pudo faltar jamás un gran retrato de Miguel, su amigo entrañable. Efrén nos contó, en su día:

Yo estaba a la puerta de la panadería de mi padre junto con algunos obreros escarchados de harina, en un descanso… cuando vimos venir a Miguel Hernández andando, todo recto el cuerpo, llevando su cacharro de leche –que repartía delante del café “Levante”-, y al pasar a nuestra altura saludó con un sonoro buenos días que olían a madrugada. Fue un saludo campanudo. Y siguió su camino, dejando tras de sí un sabroso olor a fresco pasto, a “ramuja”. La panadería de los hermanos Fenoll estaba situada en la calle Arriba, número 5 (esta calle tomado hoy el nombre de Miguel Hernández, siendo la casa del poeta el número 73). Carlos Fenoll, cuatro años mayor que Efrén, había tomado bajo su tutela, ya de buen poeta, la organización de verdaderas reuniones literarias, Josefina, la hermana de Carlos y Efrén, presentó al grupo a su novio José Ramón Martín Gutiérrez, (o sea, Ramón Sijé)-aunque todos le llamaron siempre “Pepito”-, el que pronto descubriría el talento poético de Miguel Hernández.
-Cuando se alejaba, pregunté a los oficiales de la panadería quién era, me respondieron: Este es un “Visenterre”, es “Miguelillo”, el hijo del cabrero que se instalaron en esta misma calle hace ya algunos años.
Tendría entonces unos 17 años; desde luego no llegaba a los 20. Yo tenía solo 14 años.

Miguel Hernández ya cuidaba las cabras desde casi los 14 años, cuando su padre le obligó a dejar sus estudios de primeras letras en las “Escuelas graduadas de Santo Domingo”. Al alba, llevando en la mano, en un gran pañuelo anudado, comida fría y libros, se iba trepando por las rocas hasta una colina rocosa: “La Cruz de la Muela”. Desde el día en el que se instalaron en la calle Arriba, pasaba puntualmente a repartir leche, siempre con su ejemplar nuevo de la colección teatral “La farsa” bajo el brazo.

-Mi hermano Carlos, que ya publicaba sus poemas en la prensa local, atrajo la atención de Miguel Hernández, y poco a poco se acercó a nosotros y comenzó a reunirse con el grupo en la tahona. La proximidad de residencia y la vocación literaria que latía en Miguel, facilitaron el contacto.

Desde entonces, Miguel tuvo como dos tipos de amistad dentro del grupo: los de su edad, Carlos y Pepito, sus amigos del “intelecto”. Yo fui el “chico negro que rima con tren”, el amigo de juegos y correrías.

Efectivamente, como Efrén por su edad tenía menos responsabilidades en el horno, y como Miguel, todo corazón, le gustaba jugar –como a todos los poetas-, venía a buscarle por la mañana para que le acompañase a cuidar las cabras a la huerta, o bien por las tardes para ir a bañarse, o al cine.


Miguel Hernández

martes, 25 de mayo de 2010

Conferencia sobre Miguel Hernández, con motivo del centenario de su nacimiento.

Preámbulo

A) DE COMO LLEGUÉ POR PRIMERA VEZ AL CONOCIMIENTO Y EXISTENCIA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Después de mi aventura como traductor en Milán, aterricé en un pueblecito de la costa gallega, (en la provincia de Lugo,) llamado Ribadeo.

Yo vivía en una pensión justo encima de la cafetería principal del pueblo, frente a la farmacia (La Bugaya).

Teníamos una tertulia en la cafetería todas las tardes después de comer, a la que acudían todo tipo de personajes, unos muy cultos y otros pintorescos y especiales, como era el cayo del marido de la hija del dueño del único cine que había en el pueblo. Este personaje presumía siempre de las películas que se iban a proyectar inminentemente y decía muy orgulloso: pronto podréis ver una magnífica película titulada: “LOS PUENTES SOBRE EL RIO KAGUAI”, indignado por las carcajadas de los otros contertulios añadía: el río Kaguai es tan importante como el río Maisaisaipai.

Otro contertulio pintoresco era el escultor y profesor de dibujo del Instituto Laboral que solía decir al ennumerar dacidiez, dacionce, dacidoce, dacitrece… etc.

Afortunadamente había otros contertulios muy cultos como era el caso del Juez (que pasados los años llegaría a Magistrado) que me surtía de libros prohibidos; libros que él conseguía en una librería de Santiago de Compostela, como “España” de Madariaga, y otros libros de León Felipe, etc.

Y por último acudía a la tertulia, de vez en cuando, el mancebo de la farmacia (que con el tiempo llegaría a ser un gran escritor muy conocido en toda Galicia). DANIEL CORTEZÓN.